Llegar a Takuapí, desde que hicimos el reclamo por el montecito que flanquea la Comunidad hacia el oeste, es una mezcla de emoción y vacío en el estómago, hasta que se dobla la última curva y el camino muestra la plantación de té que está al ingreso de Takuapí y el monte al fondo que ha sobrevivido un tiempo más…
Este año la sensación se repitió como las veces anteriores, pero al acercarnos al ingreso a la comunidad, se tiñó de sorpresa y desconcierto, al ver una parte del teal abandonado y crecido, y la fracción lindante con el camino de ingreso a la comunidad con matas muy pequeñas vigiladas desde lo alto por las espigadas plantas de maíz… silencioso preanuncio de los cambios que vivió Takuapí en los años que no los visité…
El resto era bastante familiar, el tanque de agua, la escuela nueva con una construcción de ampliación en marcha, las casitas de madera detrás de los árboles de mandarinas, y luego el predio donde estaba la casa de Hilario…
Ahora desde la calle de ingreso se ve un patio de tierra grande y al fondo dos casitas pequeñas, al lado de una construcción grande de madera con piso de ladrillos…
Bajamos y salió a recibirnos Hilario con una sonrisa grande… el cielo estaba plomizo y amenazaba llover, por eso Hilario nos invitó a pasar a ese salón grande que estaba junto a las casitas pequeñas…
Fue muy grande y molesta mi sorpresa cuando levanté la vista desde la puerta amplia de ingreso al salón y mis ojos chocaron con una cruz católica pintada en rojo sangre sobre la pared del fondo blanqueada con cal… en el espacio vacío se veían tres o cuatro bancos de madera con números pintados en las puntas… nosotros nos sentamos en el Nº 9…
- ¿Y esto Hilario? ¿Qué es?
- ¡Ah!! Ese e’ la Iglesia…
- ¿Iglesia?
- Y sí porque…
Y así inició Hilario la narración de los hechos. De cómo un tiempo atrás llegó a la Comunidad un pastor (no recuerdo de qué iglesia) de rasgos orientales y le dijo a Hilario de hacer una iglesia. A lo cual ellos no se opusieron, pero le explicaron al pastor de que ellos tienen su religión, y su Opy…
El pastor no tomó en cuenta los comentarios y construyó el edificio, repartió biblias entre las mujeres y avisó que vendría luego a catequizar y dar la misa…
El hecho fue que cuando volvió se encontró con las biblias tiradas por el piso, algunas rotas o sucias con barro… y se molestó, lo que hizo que Hilario le explicara que la palabra de Dios está muy bien, dice muchas cosas buenas… pero es lo mismo que dice el Dios de los Mby’a también, y que ellos no saben leer, que ellos hacen sus ceremonias cantando, bailando y escuchando al Opy Gua, que no pueden leer y rezar al mismo tiempo…
El pastor se enojó mucho y quizo dar la misa, pero ese día el Opy Gua había llamado a su gente al Opy y todos fueron allá, dejando solo al pastor, que según creo no volvió más…
Ante la narración de estos hechos sentí que varios sentimientos se mezclaron inevitablemente dentro mío… Por un lado el asombro ante la estrechez humana, que aún en este tiempo y con tanto camino andado y palabra entrelazada, aún no logramos aceptar, comprender y valorar la riqueza de la diversidad cultural… ni podemos descolgarnos las armaduras de los conquistadores, y blandimos ante otros seres humanos los mismos discursos y estrategias desde hace 519 años…
Por el otro la satisfacción y la alegría de tener el privilegio de ser testigo de un acto de resistencia desde la sabiduría y la templanza, como la que desplegó la comunidad de Takuapí… porque sin oponerse ni pelear para tratar de demostrar que sus principios y valores son tan válidos como los de los demás, dejaron claro su pensamiento y su voluntad de ser ellos mismos, aunque eso enoje y maldisponga a quienes no comparten su pensamiento…
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