martes, 22 de junio de 2010

Cambiar los nombres para disimular el hambre...

Cuando comencé a visitar la Comunidad Takuapí, en 2002, fui testigo de la triste realidad de los niños desnutridos.

En Takuapí, en 2002, había casi un 40% de niños con grados de desnutrición II y III. Niños con la pancita grande y redonda, las piernas flaquitas y la piel de las nalgas áspera y arrugadita como un anciano.

La explicación era simple, ya no había monte para que las madres puedan alimentarse como lo hacían antes los ancestros, entonces son flacas y los niños nacen flacos.

Hoy ya no hay desnutrición en la Comunidad Takuapí. Son muchísimos más, están acinados pero no hay más índices de desnutrición. Sorprendente en verdad.

¿Qué ha pasado? Pues simplemente ya no se habla de desnutrición, ahora son niños en riesgo y de bajo peso, esto evita que pasen a formar parte de la lista poco "decorosa" de las estadísticas estatales. Y para los controles se usan "nuevos" métodos de definición a partir del índice de la masa corporal, método que no es apto para niños menores de 6 años.

Cosa interesante, porque justamente los mayores índices de desnutrición en las comunidades indígenas se dan antes de los seis años. Período en el que el niño aún no es escolarizado y depende totalmente de los recursos de su madre y su familia para la alimentación.

Hasta qué punto nos hemos convertido en una sociedad perversa. Realmente da asco.

miércoles, 9 de junio de 2010

Un crimen sin respuesta...

Este año, este mes de marzo, precisamente el 10 de marzo, Takuapí pasó a ser conocida a nivel nacional merced a una tragedia aberrante: el asesinato cruel y macabro de Eliseo Acosta de cinco añitos.

Ante el hecho, Takuapí cobró notoriedad para la sociedad blanca, y todos los medios de comunicación sintieron “interés” por la “realidad” de la Comunidad.

Pero lamentablemente este “interés” solamente se centra en la morbosidad de registrar el hecho con fotografías del lugar y de los familiares compungidos, desencajados, doloridos; maltratados y avasallados en su sufrimiento y en la necesidad de silencio y soledad para el duelo y el acompañamiento del alma a su lugar en el cielo.

La sociedad blanca ya se olvidó la tragedia que significó para otra comunidad, la Comunidad Pindó Poty, cuando arrancaron a un niño de sus padres para trasladarlo a Buenos Aires y realizarle una intervención quirúrgica en el corazón que no sirvió de nada porque Julián igual falleció. Los blancos se olvidan de los aprendizajes y repiten sistemáticamente sus mismos errores, lastimando una y otra vez la espiritualidad de los pueblos originarios. Sumando de esta manera a los graves daños que inflingen por el modelo económico expoliador, una veta profunda de maltrato y desvalorización moral y espiritual.

La Comunidad Takuapí, al igual que todas las demás comunidades, pueblos y personas indígenas, no necesitan la mendicidad del blanco, ni la publicidad morbosa de sus tragedias, ni la hostigación insensible de los investigadores, jueces y policías, que no respetan ni comprenden la profunda conmoción que suscita, hechos como estos, en las personas de la Comunidad.

Todos ellos necesitan que los blancos intenten y logren aprender el respeto, la consideración y la solidaridad silenciosa y profunda para que las cosas logren resolverse de la manera más ágil y con el mínimo de daño colateral posible.

Los aborígenes necesitan ser oídos por los medios con la misma celeridad e interés cuando sus voces se levantan en reclamo de sus derechos a la Dignidad y a la Tierra.

Los miembros de Takuapí anhelan una manifestación de solidaridad sincera, militante y comprometida para que su dolor pueda ser vivido en la Comunidad con tranquilidad; sabiendo que la dilucidación del crimen cuenta con el esfuerzo y el compromiso de todos los actores involucrados para ello, y de la supervisión de todos nosotros, los miembros de la sociedad blanca, que hayamos logrado aprender a sentirnos uno solo, un solo pueblo, una sola nación que busca un futuro de mayor salud espiritual, social y ambiental.